Por fin, después de varios días sin comer, el lobo pudo conseguirse una suculenta presa a la que no tardó en encajarle el diente y con el hambre que tenía, en un santiamén más que comerla, la devoró.
Pero, por comer tan aprisa, se le atravesó un hueso en la garganta y comenzó a ahogarse.
Como pudo, fue a donde la cigüeña para que le ayudará a sacárselo con su largo pico.
Como era de esperarse, la picuda ave tenía sus dudas de meter su
cabeza en la boca del lobo. Por eso éste, como pago a su favor, le
prometió una generosa recompensa.
Aunque todavía con algo de desconfianza, pero el ave aceptó el trato
y metió cuidadosamente el pico en la boca del lobo y le extrajo el
hueso de la garganta. Cumplida su misión, preguntó ansiosa por la
recompensa, a lo que el lobo, con cara de ofendido le respondió: –
¿Esperas que te de algo ingrata? ¡Te he tenido entre mis dientes y no te he hecho nada! ¿Acaso no te parece suficiente regalo
el haberte perdonado la vida?
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