Roberto casi no vio a la señora, que estaba en un coche parado, al borde de la carretera. Llovía fuerte y era de noche, pero se dio cuenta de que ella necesitaba ayuda.
Así que detuvo su coche y se acercó. El coche de la señora parecía lujoso y olía a nuevo. La señora, al verlo, pensó que podía ser un asaltante. Él no parecía de confianza, tenía aspecto de pobre y hambriento.
Roberto percibió que ella tenía mucho miedo y le dijo: "Estoy aquí para ayudarle señora, no se preocupe. ¿Por qué no espera en el coche que estará más calentita? Por cierto, mi nombre es Roberto."
Lo que le ocurría es que tenía una rueda pinchada y para colmo era una señora de edad avanzada, algo bastante incómodo. Roberto se agachó, colocó el gato hidráulico, levantó el coche y se dispuso a cambiar la rueda, pero quedó algo sucio y se hizo una herida en la mano.
Cuando apretaba las tuercas de la rueda la señora abrió la ventana y comenzó a charlar con él. Le contó que no era del lugar, que solo estaba de paso por allí y que no sabía cómo agradecerle la preciada ayuda. Roberto apenas sonrió mientras se levantaba.
La señora ya había imaginado todas las cosas horribles que le podrían haber pasado si Roberto no hubiese parado a socorrerla. Ella le preguntó a Roberto cuánto le debía, pero él no pensaba en dinero, le gustaba ayudar a las personas, ese era su modo de vivir. Así que él le respondió: "Si realmente quiere pagarme haga una cosa por mí. La próxima vez que encuentre a alguien que necesite ayuda, dele a esa persona la ayuda que precise y acuérdese de mí".
Unos kilómetros después la señora se detuvo en un pequeño restaurante. La camarera vino hasta ella con una dulce sonrisa y le ofreció una toalla limpia para que se secase el pelo.
La señora notó que la camarera estaba de unos 7 u 8 meses de embarazo, aún así no dejaba que la tensión, el cansancio o los dolores le cambiaran la actitud. La señora se extraño de que alguien en semejantes circunstancias, pudiera tratar tan bien a un extraño. Entonces se acordó de Roberto. Después terminó su comida, fue a pagar, y mientras la camarera buscaba cambio, la señora se retiró.
Cuando la camarera volvió y no la vio la buscó por todo el restaurante con la mirada pero no la pudo ver en ningún sitio, y al mirar a la mesa donde anteriormente había estado la señora encontró una servilleta en la que ponía: "Tú no me debes nada, yo tengo bastante. Hoy alguien me ayudó a mí, y de la misma forma yo te estoy ayudando. Si tú realmente quisieras devolverme este favor no dejes que esta cadena de amor acabe nunca, ayuda a alguien" y junto al mensaje se hallaban cuatro billetes amarillos, de 800eu en total.
Cuando llegó a casa lo primero que hizo fue acostarse en la cama, estaba agotada. Su marido estaba ya durmiendo y ella se quedó pensando en la señora, en el dinero y en lo que le había escrito.
¿Cómo pudo saber aquella señora la falta que le hacía ese dinero a su marido y a ella? Justo ahora, que estaba por dar a luz en el próximo mes, ahora más que nunca. Todo estaba tan difícil... Se quedó pensando en la bendición que había recibido, y dibujó una gran sonrisa. Se volvió hacia su preocupado marido que dormía a su lado, le dio un beso suave y susurró: Te quiero...Roberto!
Esta historia es una de las que más me gusta y tengo fe ciega en lo
que cuentan sus letras. No solo porqué acabe siendo tal y como relata el
cuento (que no es por ello que se deban hacer las cosas bien, no por su
premio palpable, hay que ser altruístas) sino por la satisfacción que da el poder ayudar, el
ser útil a alguien, a sacarlo del apuro. Si todos nos ayudáramos tal y
como explica este relato, viviríamos en un mundo mucho mejor, un mundo
al que tener menos miedo y del que ya no sentiríamos vergüenza ajena.
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